Leía recientemente un artículo publicado en una revista de gran difusión, por una egiptóloga onubense,
dedicada al estudio del hierro meteórico. El descubrimiento pone en evidencia como el hombre usaba
hierro hace 4.000 años, un milenio antes de poner en práctica la metalurgia del metal. ¿Cuál era el origen
de ese hierro? Procedía de los meteoritos que llegaban desde el cielo. Cada año llegan a la tierra unos
17.600 meteoritos con un peso superior a 50 gramos y un 4% están formados por aleaciones de hierro-
níquel que lo diferencia del hierro terrestre.
Esta grata lectura trajo a mi memoria una información que leí en 2019 y me produjo una gran sorpresa y
una fuerte impresión. El contenido del artículo proponía, en esencia, cómo el hongo Fusarium oxysporum
podría ser utilizado para buscar yacimientos de oro. El trabajo de investigación fue realizado por
científicos del CSIRO (Mineral Resources, Australian Resources y Research Centre) de Australia,
segundo país del mundo productor de oro. La investigación se planteó teniendo en cuenta que los
yacimientos actuales se están agotando.
Los investigadores australianos han encontrado cepas de Fusarium oxysporum que extraen oro del suelo y
lo integran en su estructura, de esta manera se propagan más rápidamente que otros tipos de hongos. Los
científicos se sintieron sorprendidos por el hecho de que el oro, muy inactivo químicamente, expresase
esta interacción.
Acostumbrado a estudiar, a lo largo de mi vida profesional, a Fusarium oxysporum en las provincias de
Almería, Granada y Murcia he podido comprobar como se encuentra en el aire, en el agua de lluvia, en el
agua de los ríos y del mar, en los suelos incultos y en los cultivos donde produce enfermedades de difícil
control en los cultivos de los invernaderos.
Como escribí en este mismo medio de comunicación el 9 de setiembre de 2021, “¡los microorganismos no
dejan de sorprenderme!”
Julio C. Tello Marquina
Catedrático de Producción Vegetal (jubilado)
Profesor emérito. Universidad de Almería