La prensa diaria ha informado, en repetidas ocasiones, durante 2022 y 2023, sobre algunas investigaciones financiadas por ambas agencias. Están invirtiendo muchos fondos para diseñar la futura alimentación de la próxima generación de astronautas, que en la década actual no solo pisarán la luna, sino que se quedarán a vivir en ella, aseguran. El medio es más hostil que el de la tierra. No tiene atmósfera, ni vegetación. El agua estará restringida. Los animales de granja no será fácil que puedan mantenerse en aquel ambiente, la competición por el oxígeno y la gestión de las heces son dos aspectos que sirven de muestra para ilustrar dificultades. Pese a ello aparecen iniciativas que sorprenden, como la cría de lubina en acuicultura que se desarrolla en el instituto francés del océano dentro del proyecto Lunar Hatch.
Otros aspectos son contemplados como el estudio del ambiente en las naves espaciales para hacerlo saludable. Baste como ejemplo la salud del astronauta norteamericano Frank Rubio, que acaba de batir el récord de permanencia en el espacio. Ha pasado 371 días a bordo de la Estación Espacial Internacional y ha contado que le había crecido la columna vertebral, lo que notaba, ha dicho, al encajarse en los asientos.
El astronauta se ha sometido a rigurosos análisis para evaluar los efectos sobre el cuerpo, después de pasar una larga temporada en el espacio, expuesto a ingravidez y radiación espacial (incluye las partículas que lanza el sol y otras estrellas). Frank Rubio, que es médico, debe entender bien los resultados: pérdida de masa molecular y densidad ósea, problemas de visión, dolores de cabeza, provocados por el aumento de los ventrículos cerebrales, riesgo de hidrocefalia, pérdida de rendimiento cognitivo, mareos y pérdida de consciencia, peligro de fibrilación auricular que puede desembocar en ictus, aceleración del envejecimiento de las arterias por efecto de la radiación y pérdida del sentido del gusto. Mucho debe investigarse para alcanzar las metas propuestas entre la que se ha señalado vivir en la luna.
Es interesante referir algunas investigaciones sobre las plantas y su necesidad en la alimentación.
La NASA lleva años financiando investigación dedicada a obtener plantas diseñadas para purificar el aire. En las habitaciones cerradas pueden convivir con compuestos orgánicos volátiles (cov). Son moléculas diminutas que se desprenden de los barnices y disolventes usados en los muebles, de los textiles y de los productos de limpieza y no son, precisamente, saludables. Para librarte de los cov puedes abrir las ventanas, utilizar un purificador de aire, o usar una planta de interior como un poto (Epipremnum aureum). La planta ha sido modificada genéticamente (planta trasgénica, organismo modificado genéticamente), obteniendo una variedad que se denomina NeoP1, que captura y recicla los cov más peligrosos como formaldehido, benceno, tolueno y xileno, purificando así el aire. La NASA lleva años dedicada a obtener plantas diseñadas para purificar el aire. Hasta el presente no ha conseguido tanta eficiencia como la que se atribuye al poto trasgénico NeoP1. Según un estudio de la Universidad de Dexel (Estados Unidos de Norteamérica) para reducir un 50% los niveles de formaldehido y otros en una sala de 16 m² se tuvieron que utilizar 325 plantas de potos no trasgénicos. Sin embargo, la empresa frances propietaria de la NeoP1 asegura que una sola planta puede eliminar tanta contaminación del aire doméstico como 30 plantas de potos normales.
El interés de las agencias espaciales sobre aspectos del cultivo de plantas y sobre otros comportamientos menos conocidos en agricultura, está revelando aspectos llamativos. Por ejemplo en la Universidad de Tel-aviv (Israel) comunicaron resultados muy llamativos para los curiosos.
– Las flores aumentan la concentración de azúcares de su néctar cuando perciben cerca de ellas el zumbido de sus polinizadores. Es una respuesta química para atraer a sus polinizadores.
– Las plantas se quejan si son maltratadas. Utilizando para ello sofisticados micrófonos situados estratégicamente frente a plantas de tabaco y tomate. A algunas les cortaron los tallos y a otras las dejaron sin regar varios días. Las que no fueron maltratadas emitieron menos sonidos (1 sonido por hora). Las que fueron maltratadas el sonido fue más intenso (35 sonidos por hora). El sonido se asemeja al ruidito que producen las burbujas de los “papeles” de embalar cuando las explotamos.
– Las plantas “se quejan” cuando se infectan con un patógeno. El experimento se hizo infectando plantas de tabaco con un parásito. Comprobaron que los sonidos emitidos por las plantas infectadas arreciaron y se apreciaron hasta una distancia de 5 metros.
Los investigadores atribuyen a los sonidos una explicación física. Es natural que se produzcan cuando hay fluidos que se mueven por tubos (xilema y floema) conductores. ¡También suenan las tuberías!.
En el estudio realizado durante decenios por Paco Calvo, catedrático de Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Murcia, sobre los vegetales, se pregunta: ¿Las plantas razonan?. Termina desvelando la inteligencia de las plantas. Calvo afirma que lo más asombroso que ha presentado en su laboratorio ha sido “Poder poner las plantas a dormir. Les aplicamos la misma anestesia que usan los veterinarios para dormir a perros y gatos. Las mimosas que pliegan las hojas si las tocas dejan de reaccionar. Suspenden, incluso, la fotosíntesis. Cuando se pasa el efecto de la droga, la planta va reanudando sus actividades.” Puede imaginarse el lector cual ha sido la razón que ha llamado la atención del Pentágono en Estados Unidos.
Julio C. Tello Marquina
Profesor emérito
Universidad de Almería