El diccionario de la Lengua Española (Real Academia Española) en su edición del tercer centenario, define el término algoritmo con dos accesiones. La primera, “conjunto ordenado y finito de operaciones que permiten hallar la solución de un problema”. La segunda, “método y notación en las distintas formas de calculo”.
Hoy en día, el término es utilizado en todos los ámbitos de la actividad científica y, especialmente, en el quehacer tecnológico.
Ciñéndonos a la agricultura para describir actividades que se agrupan bajo la expresión “cosecha tecnológica”. Algoritmos que permiten calcular el rendimiento de la producción meses entes de cosechar, fórmulas para vigilar la evolución de una enfermedad en las plantas, inteligencia artificial para medir el color y su intensidad en los frutos, robots que se mueven en los cultivos para evaluar el estado sanitario. Estas aportaciones son recogidas bajo el epígrafe “revoluciones tecnológicas”
Un eslogan repetido en la prensa “carne cultivada: del laboratorio a la sartén” publicita la producción de carne, pescado y marisco a partir de células madre. Desde que en 2013 se anunciaba desde la Universidad de Maastrich (Holanda), la primera hamburguesa de laboratorio de la historia, más de 70 empresas trabajaban en 2020 en esta actividad. Grandes empresas de la industria alimentaria del mundo estan entre ellas. Se ha sugerido la posibilidad de que la Unión Europea elabore una normativa para producir y comercializar carne de laboratorio.
A lo largo de mi vida profesional he tenido oportunidad de trabajar bajo varias “revoluciones” en agricultura. Todas ellas ofrecían la solución a las limitaciones que determinadas orientaciones de producción agraria habían alcanzado. Una de ellas fue la aparición de productos fitosanitarios de síntesis, que merecieron el premio nobel a las propiedades insecticidas del más conocido (DDT, dicloro difenil tricloroetano). Su utilidades y limitaciones han sido puestas en evidencia a lo largo de los años de uso continuado, como pone de manifiesto la normativa europea actual (“de la granja a la mesa”).
Otra fue la producción de variedades enanas de cereales, que motivaron la “segunda revolución verde”. La primera fue la aparición de la agricultura hace 10.000 años. En este sentido, Harari se plantea la siguiente pregunta: ¿El trigo nos domesticó, o fue al revés nosotros domesticamos al trigo?. Las variedades enanas eran más productivas siempre y cuando se modificasen los procesos productivos (regadío, laboreo, abonado). De esta manera se pretendía acabar con el hambre en el mundo (nuevo premio nobel). Juzgue el lector si se consiguió lo que se ofertaba. Y le recuerdo que las plagas y enfermedades no fueron ajenos a las limitaciones en la producción. Limitaciones que también se expresaron en la “tercera revolución verde”, encabezada por las plantas transgénicas u organismos modificados genéticamente.
Estoy expectante, y seguramente no alcanzaré a verlo, como el algoritmo será capaz de darnos a conocer por completo la funcionalidad de los microorganismos que pueblan los suelos del planeta Tierra. En esta espera algunas reflexiones realizadas por algunos expertos me han alertado. Desde el observatorio de la Inteligencia Artificial del Parlamento Europeo, me son útiles: “Tenemos que hacer personas con mayor espíritu crítico que sean capaces de tomar la decisión del algoritmo simplemente como una opción y no dejarnos guiar por lo que digan las máquinas, que a menudo estan controladas por grandes empresas y nos pueden llevar a una sociedad supercontrolada”
Hay una tendencia bastante común a considerar que cosa que salga de alguna máquina tiene más credibilidad que lo que haga un ser humano. Tal vez, por ello, la Comisión Europea presentó en abril una propuesta de reglamento para regular el uso de la inteligencia artificial. Como es habitual, para algunos el reglamento podría sofocar la innovación; para otros en ausencia de regulación lo que llega al consumidor podría ser peligroso.
Julio C. Tello Marquina
Profesor Emérito
Universidad de Almería