Así se expresaba la Dra Jennifer Doudna, en una entrevista en 2024, que compartió el premio Nobel de química en 2020 con la Dra Emmanuelle Charpentier por el descubrimiento de la técnica CRISPR o “tijeras genéticas”. Ambas recibieron, también, el premio Princesa de Asturias.
¿Qué es la técnica CRISPR? La descripción más común es la siguiente: Las “tijeras genéticas” son las herramientas que utilizan algunos microorganismos para cortar los virus invasores destruyéndolos. Estas bacterias detectan al enemigo porque cuentan con una particularidad sorprendente: tienen fragmentos repetidos de su Ácido Desoxiribonucleico (ADN), los CRISPR. En estas repeticiones las bacterias incorporan el ADN de los virus que han atacado anteriormente, así que cuando los enemigos regresan son capaces de reconocerlos y de introducirse en su genoma para cambiarlo.
La técnica ha evolucionado desde su descubrimiento. En 2016 se inventaron los “editores de bases” por el investigador Dr David Liu en el Instituto Broad y Harvard (EEUU) y el llamado “lápiz genético” que permite borrar una sola letra en un gen y escribir sobre ella. Sus ensayos muestran que estas novedades han logrado la remisión de la leucemia en algunos pacientes. En 2019, el mismo Liu inventó la “edición de calidad” (prime editing) que se compara con un procesador de texto porque permite hacer búsquedas en el genoma, seleccionar un lugar concreto y reemplazar una secuencia completa. Tiene un potencial para corregir el 89% de los más de 75.000 errores genéticos que causan enfermedades en humanos. Estos descubrimientos sugieren las posibilidades que podrán encontrarse en un futuro. Según las opiniones de la Dra Doudna y numerosos investigadores, los atributos de la técnica permitirán aplicaciones antes no imaginadas. Entre otras virtudes cabría destacar: curar enfermedades; “humanizar” a los cerdos para evitar el rechazo en los trasplantes a humanos; generar especies y variedades para agricultura con resistencias a plagas y enfermedades, a la sequía y a temperatura elevadas, incluso podrán modificar las propiedades organolépticas de las cosechas; producción de animales mejorados, incluso para disminuir los gases que influyen en el cambio climático; editar el genoma de las algas para incrementar la acumulación de lípidos para la producción de biocombustibles. Incluso, para no aumentar la lista y hacerla monótona, se ha dicho que con esta técnica se dominará el cambio climático. Cuando en una entrevista le preguntaron a la laureada Dra Doudna: “Pero, si cambiamos nuestra biología, ¿no tocamos el núcleo de lo que nos define como humanidad?” “Tienes toda la razón respondió. Y pienso mucho en ello. Esta tecnología nos permite manifestar el código que determina quienes somos y qué somos. Eso significa que tenemos la extraordinaria responsabilidad de manejar con cuidado una tecnología tan poderosa”. Es oportuno recordar el episodio sobre la aplicación de la técnica a embriones en China para evitar que el feto se infectase con el virus del sida (VIH). Hubo en la prensa mundial una protesta que concluyó cuando el investigador fue castigado a tres años de cárcel por los tribunales chinos. Esto ocurrió cuando estábamos en plena epidemia Covid.
Durante mis años de vida he tenido la oportunidad de asistir a la “primera revolución verde” como se bautizó a la generalización de las variedades de cereales producidas en México bajo la dirección del Dr Borlaug. Estas obtenciones vegetales se publicitaron como una solución para acabar con el hambre en el mundo y supusieron la concesión del premio Nobel al Dr Norman Borlang allá por el año 1970. Desde entonces, ya ha llovido y no se ha cumplido el anuncio que acompañó a dichos cultivares. Lo que si se ha apreciado ha sido la aparición de deficiencias importantes. Las plagas y enfermedades se expresaron de manera limitante para el cultivo. Los cultivos eran más productivos. Cierto, pero era necesario cultivarlos en regadío y abonar con abonos de síntesis. Estas prácticas generaron la salinización de suelos agrícolas y la ruina de no poco agricultores que llevó a algunos al suicidio en la India.
Una segunda revolución verde volvió a ofrecerse cuando en 1998 se introdujeron en España las variedades de maíz transgénicas, también denominadas como organismos modificados genéticamente (OMG).
Las variedades de maíz fueron modificadas para controlar los taladros del tallo al introducirles un gen de una bacteria del suelo que tenía propiedades insecticidas. La polémica en nuestro país se fundamentó en que el polen de estas variedades transgénicas era transportado por el viento y contaminaba a otros cultivos de variedades tradicionales sin el gen bacteriano. La polémica fue amplia y consiguió que la Unión Europea elaborase un reglamento para estas plantas modificadas genéticamente. Los OMG permanecen autorizados en Portugal y España. Países como Austria, Alemania, Francia, Italia, Bulgaria, Grecia, Hungría, Polonia y Luxemburgo prohibieron los OMG en sus territorios. En España se generó una situación particular, en algunas comunidades autónomas fue prohibido su cultivo (Asturias, País Vasco, Baleares, Canarias y Galicia). En España la superficie cultivada en 2020, según datos del Ministerio de Agricultura, es similar a la sembrada en 2011, 140.000 ha. Lo cierto es que tampoco esta revolución verde ha conseguido acabar con el hambre en el mundo y en Europa su cultivo no tuvo mucho éxito. Es curioso que en la actualidad científicos y técnicos que defendieron ardorosamente la trasgenia, han insistido que la técnica CRISPR es diferente a la de los OMG y han influido en crear un reglamento que acoja a los obtenciones producidas con las “tijeras genéticas” que se denominen Nuevas Técnicas Genéticas (NTG) y la denominación abarca al nuevo reglamento, que ha sido sometido en dos ocasiones para su aprobación por la Comisión durante 2024, y en ambas no ha alcanzado la mayoría suficiente para su aprobación. De hecho, la Comisión presentó una propuesta para “desregular” las plantas que se producen utilizando “nuevas técnicas genómicas” para evitar su clasificación como ingeniería genética.
Es lógico, y el lector lo comprenderá que teman a las consecuencias inciertas para el medio natural, para el medio agrícola y para los consumidores. Muchos experimentos serán necesarios
Julio César Tello Marquina
Profesor emérito
Universidad de Almería

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