El denominado “milagro almeriense” se ha transformado con su permanencia y dinamismo en un “modelo de horticultura»
Redacción: J. Tello Marquina, profesor emérito de la Universidad de Almería
Durante los años 2002 y 2003 tuve ocasión de comentar brevemente el texto de Ibn Luyūn, que el autor tituló “Libro del principio de la belleza y fin de la sabiduría que trata de los fundamentos del arte de la agricultura”. Escrito en verso, utilizando el metro “raŷaz”. La denominación de “Tratado de agricultura” se la dio la traductora de su obra, Dra Joaquina Eguaras Ibáñez. El poema didáctico compuesto por 1365 versos fue escrito a mediados del siglo XIV, dos años antes de la muerte de su autor por la peste bubónica. Y es, al parecer, el último tratado sobre agricultura conocido en la España musulmana y es, además, uno de los pocos que han llegado a nosotros completos,
¿Por qué mi admiración por el tratado de Ibn Luyūn? El denominado “milagro almeriense” se ha transformado con su permanencia y dinamismo en un “modelo de horticultura” que ha merecido la atención en numerosas partes del mundo. Uno de los aspectos más llamativos para mí, ha sido la participación de los agricultores en el desarrollo de la dinámica agricultura que distingue a la zona. Las más de 30.000 ha con cultivos protegidos, por abrigos de plástico, estan distribuidas a razón de 1,5 a 2 ha por agricultor.
Cabe preguntarse ¿cómo ha podido suceder este extraordinario desarrollo hortícola, tan rápidamente, en una zona tan árida? ¿Cómo han podido sus gentes adaptarse, con tanta presteza, a cambios en los cultivos tan dispares y continuos?. Abordando la respuesta solamente para buscar una explicación parcial a la ágil adaptación de los agricultores a los cambios que se les proponen, es donde el tratado de Ibn Luyūn puede merecer este recordatorio.
El enfoque parte del hecho de que no soy un historiador y desconozco los procedimientos de investigación en Historia. Historia, que mantiene su eterna juventud, basada en que cada nueva generación tiene que reescribir la historia a su manera y cada nuevo historiador, no contento con das nuevas respuestas a viejas preguntas, tiene que revisar las preguntas mismas. Un ejemplo reciente nos lo brinda Harari (2015) en su obra “Sapiens de animales a dioses”, cuando argumenta ampliamente que “la revolución agrícola ha sido el mayor fraude de la historia”. La revolución arranca con el periodo histórico en el cual el hombre se hizo agricultor y dejó de ser cazador-recolector. Más o menos hace unos 10.000 años.
Para responder a las preguntas antes planteadas me parece apropiado fijar en que entorno pudo moverse Ibn Luyūn.
El gaditano Columela escribió su tratado de agricultura en el siglo I de nuestra era y establece los seis periodos naturales del ciclo agrícola: preparación del terreno, siembra, nutrición de las plantas y germinación, cosecha, almacenamiento y consumición. Hay que reconocer la actualidad del texto escrito hace 2000 años.
Existió una escuela Andalusí de agricultura que nació en torno al siglo X durante el Califato de Córdoba. Numerosos son los agrónomos que enriquecieron la agricultura con su sabiduría. Me ceñiré a mencionar al sevillano Abu Zacaría Ebn el Awwara, quien escribe “Ninguna sentencia establezco en mi obra que no haya probado por la experiencia repetida veces”.
Estos saberes no fueron vertidos al castellano hasta el siglo XIX, a instancias de los ilustrados, que consideraron de gran utilidad su contenido. Así lo expresó el prior claustral de la catedral de Tortosa, Josef Antonio Banqueri al presentar en 1802, al rey Carlos IV, la traducción del Libro de Agricultura del “doctor excelente” Abu Zacaria Iahia: “Esto es lo que declara en el método más sucinto Abu Zacaria Ebn el Awwara sevillano, en su libro de agricultura que tengo la honra de presentar a V.M. y cuya lectura derramará en el reyno grandes y provechosas luces con que mejorar en muchas partes el cultivo y restablecer la abundancia que experimentaban los árabes españoles, y á que és tan propenso el suelo de la peninsula”. Es decir, siete siglos después de escrito se considera su contenido de utilidad para mejorar los cultivos del país. Esta preocupación por la mejora de la agricultura al iniciarse el siglo XIX, aparece reflejada en la carta de D. Manuel Godoy, valido del rey Carlos IV, cuando escribe una carta a los obispos para que insten a los párrocos rurales a comunicar desde el púlpito, en la misa dominical, las novedades agrícolas de aquellos tiempos. De una manera precisa se muestra cual es la permanencia de los conocimientos agrícolas en el tiempo.
Ibn Luyūn fue asceta, filósofo, matemático y poeta. Ejerció la profesión de notario por la calidad de su escritura y dejó esta actividad para dedicarse a la enseñanza coránica y a la instrucción de escolares y a viajar por el Magreb y por Oriente medio. Es decir, en su biografía no aparece como actividad que se dedicase a la agricultura y el declara que para la elaboración de su obra agrícola, había tomado los conocimientos de otros tratadistas árabes, a los cuales nombra. Realmente su obra es un texto divulgativo. En sus 150 epígrafes y 7 notas marginales, define el Arte de la Agricultura como “El conocimiento de las cosas necesarias para los cultivos”. Y, continua “Todo lo que de ella hay que explicar se reduce a cuatro pilares o elementos que son: las tierras, las aguas, los abonos y las labores”. Especialmente llamativo resulta el “Epígrafe 6: Deducción de la naturaleza de la tierra por sus plantas. Modo de corregir sus defectos”, donde escribe: “por ultimo, si da plantas salobres, evidentemente contiene sal. Esto se corrige con arena y paja, con riegos y con la grata acción del estiércol” “La tierra sobre los huesos debe tener de un dedo a tres, o menos, y se dice que sobre ella debe echarse arena, con objeto de que mantenga la frescura”. Esta recomendación hecha hace casi 700 años es bien evocadora de uno de los componentes fundamentales del “modelo Almería” de horticultura: el enarenado del suelo. Y nos permite especular sobre lo duraderas que son las labores agrícolas, como se evidencio anteriormente con el tratado de Abu Zacaria. No es de extrañar el entusiasmo que despertó en Münzer, viajero alemán, que visitó Almería poco después de la conquista de la ciudad por los Reyes Católicos, allá por el año 1494: “¡Oh que bellos sería estos huertos cuando estaban en su esplendor los sarracenos, que son muy habilidosos en la esquisita disposición de los huertos, de los frutos y de las cañerías, que sino lo ve uno, difícilmente lo cree”. Y en ese esplendor debió participar el tratado de Ibn Luyūn. Pero, cabría preguntarse: ¿para quién fue escrito ese compendio de agricultura?. Tal vez fuese utilizado por importantes propietarios de tierras de cultivo, dado que los agricultores no tendrían una alfabetización muy cualificada y estos propietarios les enseñasen las novedades aportadas por la obra de Ibn Luyūn.
Creo que conocer la historia me ha permitido entender mejor a los agricultores del sureste peninsular que tantos conocimientos me han aportado.